domingo, 14 de octubre de 2012

El Sapo, otra cumbre más!

De trekking a Mtb

Cerro El Sapo desde ruta 40

El día viernes partí con Javier, Alicia y Ana a la base del cerro El Sapo, en la Quebrada de la Burras, distante a unos 70 km de la ciudad de San Juan. Acampamos, comimos unos fideos con crema y apreciamos el cielo totalmente estrellado, en una noche sin luna, con poco viento y algo fresco.
A la mañana siguiente nos levantamos a las 5, desayunamos, guardamos todo dentro de la camioneta y lo dejamos en el puesto de Vialidad Provincial para una mayor seguridad.

Campamento armado



7.10 de la mañana, con los primeros rayos de sol, emprendimos la caminata por el lecho del río que nos llevó directamente a la entrada para ascender este atractivo cerro que tiene 2.219 msnm. Javier encabezó el grupo, pero todas damos opiniones por donde seguir. El sendero estaba poco marcado y por momentos lo perdíamos pero siempre sabíamos hacia donde debíamos dirigirnos. El ascenso fue en permanente subida, con exigencia en gemelos y cuádriceps. Llegamos a una zona de placas en forma de media luna, cuya pendiente oscilaba los 45° a 50°, una verdadera emoción, ya que debíamos trepar ayudándonos con las manos. Esta parte se hizo más lenta dada la exigencia de su inclinación. Subimos unos metros más y llegamos al filo del cerro. Acá ya podíamos observar lo imponente del paisaje: montañas, precipicios, llanos, la ruta, el desnivel realizado, divisamos el Blanco de las Cuervas y el Santa Rosa;  y hasta nos topamos con una pareja de cóndores que no se inmutaron ante nuestra presencia. Pensamos que tenían un nido con cría y decidimos desviarnos para no molestar a estas aves; e inmediatamente nos sorprendió un guanaco que posaba a pocos metros de nosotros.

Verticalidad de la pendiente


Cóndores en el filo

Guanaco


Continuamos nuestro andar y pasamos por una falsa cumbre con una pirca: pero nuestra meta estaba escondida detrás de una loma, a unos 15 minutos de distancia. Cuando menos lo esperamos divisamos la cumbre del Sapo y los cuatros llegamos a ella tomados de la mano en un tiempo de dos horas y media. Nos dimos el abrazo cumbrero, dejamos nuestro testimonio, comimos, descansamos y emprendimos el regreso por el mismo lugar, es decir sobre nuestras pisadas.

En la cumbre del Sapo

Vista panorámica desde el Sapo
El descenso demoró casi el mismo tiempo y en su trayecto los cuatros tuvimos nuestras caídas. Comenzó Ana, le siguió Alicia, luego Javier y posteriormente me tocó el turno a mí. Es que en las bajadas sin placas, las piedras estaban muy sueltas y éstas causaban las caídas; no así en el tramo de placas o rocas, donde las zapatillas se aderían a  la superficie porosa. Desde este lugar distinguimos a un grupo numeroso de montañistas que se dirigían a este cerro, y que en un momento dado nos cruzamos con ellos. 



Montañista que ascendían
Seguimos descendiendo ya por la parte de piedras y los dos cóndores que divisamos en el filo, esta vez volaban a nuestro alrededor. Nos detuvimos unos minutos para contemplar el despliegue de sus alas, ya que este espectáculo no se lo ve a menudo y menos tan cerquita nuestro. Iban y venían; se alejaban y volvían a nuestro encuentro, pasaban sobre nosotros a vuelo rasante; subían y descendían dando la impresión de estar más alto que los cóndores. Fue una función de vuelo exclusiva!



Llegó un momento en que todos deseábamos llegar al lecho del río. Ya la ruta la teníamos más cerca. Un suave viento comenzó a soplar. Nos quedaba menos de un cuarto para descender y Alicia sufrió otra caída, pero esta vez su rodilla se vió afectada. Javier le dió un calmante y así pudo continuar. Disminuimos el ritmo de marcha, procurando de no exigir a nuestra compañera. Ella con su empeño y perseverancia siguió sin quejarse, su determinación y constancia pudieron más que el dolor. Y así cuidando de Alicia, preguntándole como seguía llegamos al cauce del río. Caminamos hasta el puesto de Vialidad y nuestro compañera lesionada estaba intacta, como si  no hubiera sufrido nada. Ana quedó unos metros más atrás, y su cara de cansancio denotaba el grado de exigencia que fue para ella. Aún así todos estábamos felices de haber concretado otra cumbre, satisfechos por el tiempo empleado, contentos por el propósito alcanzado; y pensando ya en otro cerro, otra montaña para nuestro historial.
Una vez en la camioneta, comimos y nos hidratamos y yo me cambié la ropa de montaña por la de ciclista. El sol abrazador estaba en su cenit; y el viento por momentos llevaba ráfagas calientes a gran velocidad. Javier no creía conveniente que pedaleara, Ana no estaba convencida y Alicia con un gesto de puños asintió mi decisión.
Tomé la bicicleta y emprendí el regreso. Hasta Talacasto todo es bajada con pocas subidas, curvas y contracurvas. Luego continúa una recta hasta el parador homónimo con algunos badenes. Llevaba un buen ritmo (28 km/h fue el promedio) a pesar que por momentos el viento frenaba la velocidad. El sol lo sentía en todo mi cuerpo, me quemaba. Llegué hasta Matagusanos y viendo la subida que me esperaba del Villicún, más el clima agobiante decidí claudicar. No tenía sentido "quemar" mis piernas, el Sapo y los 38 km andados eran más que suficientes para una jornada de doble actividad física.